Gau beltza

En Euskal Herria, el 31 de octubre, para dar la bienvenida al invierno y al mismo tiempo recordar a los muertos, se celebraba la Noche Negra, la Noche de las Almas, etc.
Vaciaban remolacha, patata, calabazas, etcétera, y en su interior ponían una vela para proteger el fuego del viento o la lluvia. La función de esta vela era iluminar a las almas el camino de su casa para que la vieran en la oscuridad de la noche.
Con la llegada del cristianismo, algunas cosas fueron cambiando. Los niños empezaron a disfrazarse, cubriéndose los rostros con trapos viejos. De esta manera, a la salida de la misa de las 8, así encontraron el modo de jugar.
Todo esto lo hacían con el deseo de hacer creer que debajo de esos disfraces había un alma que buscaba el camino de vuelta a su casa.
Con el paso del tiempo, y con la llegada de la electricidad, los más pequeños perdieron el interés por estos juegos, lo que supuso la desaparición casi total de esta celebración de origen pagano.

Hoy en día, muchos comparan la Noche Negra con Halloween por la gran cantidad de elementos que ambos comparten (calabazas, niños, mendicidad, velas).
Lo cierto es que el significado de ambas celebraciones no coincide del todo. En Halloween, los espíritus se disfrazan para ahuyentar, mientras que en Noche Negra se atraen.
En esta noche mágica, las almas podrán reunirse con los vivos cruzando la frontera que nos separa de la vida posterior. Para hacer posible esto, iluminar las calles con velas y ser equiparables, los vivos se disfrazarán de muertos.
Así, los muertos podrán ver a los vivos y los vivos sentir a los muertos. Honrando a los que se han ido y adaptándonos a nuestra época, ¿por qué no recuperamos la celebración de la Noche Negra?

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